
EL ODIO EN NUESTRA HISTORIA POLITICA
Ese sentimiento intenso de repulsa hacia alguien o algo que provoca el deseo de rechazar o eliminar aquello que genera disgusto, existió siempre en la vida política argentina. Desde la muerte nunca aclarada de Mariano Moreno, el odio se hizo presente en cada tramo de nuestra vida nacional. Y normalmente funcionaba como parteaguas de la sociedad argentina.
La historiografía aún mantiene la controversia, aunque ya sin corazones latiendo a su compás, de unitarios y federales, rosismo y anti-rosismo. Controversia que se expresaba con tal carga de odio que llevó a Sarmiento a escribir en su carta a Mitre del 20 de setiembre de 1861: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
Ese odio se canalizo luego hacia las figuras de Yrigoyen y Perón, manteniendo una misma característica. Como nos decía Jauretche “no odian quienes buscan ganar derechos, odian quienes temen perder sus privilegios”, siempre los destinatarios de ese sentimiento repulsivo fueron aquellos que defendían los intereses nacionales y propugnaban mayores beneficios para las clases populares.
Por eso podemos decir con certeza que esas controversias, que vienen desde el fondo de nuestra historia, y se plantean como unitarios vs federales, rosistas vs anti rosistas, yrigoyenistas vs antiyrigoyenistas, peronista vs antiperonistas, solo buscan esconder detrás de supuestas antinomias personalizadas la verdadera contradicción que tiene nuestra sociedad: un proyecto de país nacional y popular o un proyecto extranjerizante y elitista.
Pero volvamos al odio. Dos particularidades: ese odio de época surgía como consecuencia de hechos políticos. Y que los sectores privilegiados que lo expresaban, aun sumando sectores conservadores, por tradición familiar o pertenencia política, seguían siendo una minoría que debía canalizar su repulsa a través de los golpes militares.
Cuando a partir 1983, la sociedad le puso el límite del Nunca Mas al partido militar que representaba sus intereses, ese sector privilegiado de la sociedad se encontró con el dilema de buscar a través de mecanismos democráticos la defensa de sus privilegios. Y es ahí cuando descubren que el odio es una herramienta efectiva para generar hechos políticos.
El odio comienza a convertirse en una herramienta política.